Había una vez, en un pueblito tan tranquilo que hasta los caracoles bostezaban de aburrimiento, una casa llamada "Tejas Verdes". Pero no te dejes engañar, porque lo que estaba a punto de suceder haría que esas tejas se volvieran de todos los colores... especialmente rojo fuego, ¡gracias a una chica llamada Anne!
Anne Shirley no era una niña común y corriente. De hecho, si "corriente" fuera una persona, probablemente saldría corriendo en la otra dirección cuando viera a Anne. Ella tenía el cabello más rojo que un tomate enojado y una imaginación más grande que un hipopótamo inflable gigante. Y ese combo era... explosivo.
Todo comenzó cuando Matthew Cuthbert, un hombre tan tímido que incluso las ovejas lo intimidaban, fue al orfanato a buscar un niño para ayudar en la granja. Pero, por razones que solo los genios del caos comprenderían, en lugar de un niño, lo que le dieron fue a ANNE. Y con ella, ¡venía un torbellino de problemas!
—¡Hola! —dijo Anne, tan emocionada que sus pecas casi saltan de su cara—. Soy Anne, pero puedes llamarme Cordelia si quieres, o Princesa Diana, o Reina de los Dragones. ¡Soy flexible con los nombres!
Matthew, que no sabía qué hacer con toda esa energía, solo asintió lentamente, como un árbol en una tormenta, y la llevó a casa.
Cuando llegaron a Tejas Verdes, la hermana de Matthew, Marilla, estaba esperando. Marilla era más seria que un manual de instrucciones de un lavavajillas, y en cuanto vio a Anne, su ceja se arqueó tan alto que casi se fue volando.
—¿Qué es esto? —preguntó, mirando a Anne como si fuera un extraterrestre.
—Soy una chica, no es tan complicado —dijo Anne—. Aunque si fuera un extraterrestre, ¡sería un alienígena muy amable y probablemente traería galletas espaciales!
Marilla no estaba convencida. Pero Anne no iba a dejar que eso la desanimara. De hecho, ¡nada podía desanimar a Anne! Ni siquiera cuando la mandaron a su cuarto sin cena la primera noche por hablar demasiado sobre cosas que no existían (¿árboles parlantes? ¿ríos con sentimientos?).
Pero ahí es donde empieza lo bueno.
Al día siguiente, Anne conoció a Diana, la niña más dulce del pueblo, y en cinco minutos ya eran "mejores amigas para siempre del universo entero, juramento secreto incluido". Diana era como un panecillo recién horneado, suave y tranquila, mientras que Anne era como una galleta rota metida en una batidora. ¡Perfecta combinación!
Las cosas fueron bien... por un tiempo. Hasta que Anne decidió demostrar su creatividad. Como cuando accidentalmente teñó su cabello rojo de un tono verde fosforescente porque pensaba que sería "más misterioso". O cuando confundió una botella de jugo con un licor y terminó emborrachando a Diana (quien empezó a hablar como si fuera un pirata viejo).
Y luego estaba Gilbert Blythe. Oh, Gilbert. El chico más molesto del planeta, según Anne, porque un día la llamó "zanahoria". ¡ZANAHORIA! Anne, ofendida hasta lo más profundo de su ser, decidió que nunca le hablaría de nuevo. (Lo cual, por supuesto, no funcionó porque Anne no podía estar en silencio por más de tres segundos).
A lo largo de todo esto, Anne causaba desastres a cada paso: arruinaba tartas, derramaba tintas, caía de techos (¿quién sube a un techo solo por "inspiración"? ¡Anne!), y provocaba incendios (sin querer, ¡claro!).
Pero había algo especial en ella. Entre cada desastre y cada aventura ridículamente torpe, Anne se ganaba el corazón de todos en el pueblo, incluso de Marilla, quien descubrió que la vida con Anne era como vivir en medio de un circo... pero de esos circos que te hacen reír tanto que te duelen los costados.
Y así, Anne de las Tejas Verdes vivió su vida como un cohete sin control, esparciendo caos, imaginación desbordante y cariño en cada esquina del pueblo, demostrando que ser uno mismo, aunque seas un completo desastre, es mucho más divertido que intentar encajar en lo "normal".
Moraleja: No subestimes el poder de una chica con el cabello rojo y una imaginación desbordante. ¡Puede que termine siendo tu mejor amiga o, al menos, la razón por la que tu vida ya no sea aburrida!